Generalmente
creemos saber lo que nos gusta, y con el tiempo pensamos que eso es bueno y
aceptable. Por otro lado, otros muchos
dirán que lo bueno es lo que les gusta, precisamente debido a su bondad. Como vemos
muchas cosas son subjetivas, ya que todo puede variar de las perspectivas y la
visión de las personas, en la cuales influyen muchas factores sociales,
culturales e incluso psicológicos.
Si bien desde
pequeños nos dan una idea de lo bueno desde la perspectiva moral, acostumbrándonos a que esa visión contextual
es la única visión posible, mas existen tantas costumbre como contextos
culturales, los cuales depende de la religión, de su historia, de su idioma,
etc. Después de todo, en nuestros mismos contextos culturales, hace un tiempo
atrás se consideraban a los libros, al arte y a lo que hoy conocemos como
ciencia, como aspectos malos y perversos.
En otros contextos se pensaba en la superioridad de rasas, cuando ya
sabemos el día de hoy que una sola raza es la que existe, la humana, más allá
de nuestras características étnicas, y lógicas diferentes.
Si percibimos que
las realidades son relativas, y que esta cualidad considera que nada es
absoluto, sino que depende de infinidad de factores, elementos y circunstancias
específicas, entonces todo esto nos hace pensar que nada es absolutamente
bondadoso o maligno, entonces ¿Cuál es el parámetro universal que define y
diferencia lo bueno y lo malo?
Para no quedarnos
en el mar posmoderno de lo efímero, líquido y relativo, que lo único que genera
es una subjetividad individualista, tendiente al egoísmo y a la alienación de
nuestra intrínseca cualidad humana-ontológica de ser para los otros y junto a
los otros (alteridad) debemos asentarnos en teorías filosóficas de construcción
como las de la filosofía latinoamericana de Dussel, Bolivar Echeverría, Yamandú
Acosta, Boaventura de Sousa y otros. Los
cuales parten desde un paradigma de la inter-subjetividad o también llamado, de
la ética mínima por parte de Adela Cortina.
Es decir, del reconocimiento del sujeto existente en el reconocimiento
objetivo del otro sujeto, con lo cual afirmamos el valor de diálogo y el
conceso en cada contexto. Donde la
estética y la ética no tienen parámetros universales, sino pretensiones de
validez propias de cada universo en el que se crean los consensos y los
acuerdos mínimos que valoran nuestras diferencias (subjetividad) pero
respetando los límites y fomentando la cooperación y asociación (objetividad)
intrínsecamente humanas.
Por
lo tanto, superando el dilema abstracto de si nos gusta por su bondad, y si lo
consideramos bondadoso por nuestro gusto subjetivo, podemos decir que estamos
llamados en la praxis a reconocernos sujetos con gustos y deseos, entre otras
cosas, pero en una realidad de inter-retro-relacionalidad con otros sujetos
también con gustos y deseos. Donde no
buscamos establecer parámetros universales u objetivos, que ya no existen, sino
donde buscamos al menos ser sujetos que aprenden y nutren la relacionalidad con
el universo infinito de diversos sujetos.
Como el aporte de la filosofía andina en la teorización del maestro
Josef Estermann, que nos dice que lo estético (lo que nos gusta), y lo ético (lo
que nos parece bueno) es un proceso cósmico ritual de celebración de la
relacionalidad, pues para el sujeto andino (runa y warmi) el ser solo es con y
para los demás, al celebrar la creación de la nueva vida, capaz de respetar la
vida ya existente y experimentada (yachayniyoq).
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