martes, 5 de julio de 2011

Del Sacramento de la Penitencia al Sacramento de la re-conciliación


Opinar y profundizar a cerca del Sacramento de la Reconciliación en este momento histórico de la Iglesia y de mi vida, me llena de interés y de emoción.  A la vez exige de mí, como de todo cristiano, un compromiso real.  Dicha opinión es a la vez un imperativo a tomar una fuerte postura cristiana, personal e influyente al menos en los contextos más cercanos, fruto del discernimiento evangélico.  Es decir a realizar una crítica comunitaria de la realidad a la luz de la Buena Nueva, capaz de generar el caos necesario para fundar un nuevo cosmos.  Ahora bien, para enriquecer lo suficiente el tema y para comprenderlo mejor, abordaré desde una postura “intersubjetiva” las ideas principales del primer término de este ensayo, la palabra Sacramento.  Entonces sí abordaré la re-conciliación/ re-iniciación, con sus actuales riquezas y deficiencias en su estructura, pero también intentaré aportar algo para vislumbrar aquel cosmos deseado para este Sacramento en caos.  Dejaré como interrogante la reingeniería de los términos usados en este Sacramento.  Pues aunque para algunos son solo cuestiones de forma, diremos hoy que sólo a través de la forma podemos percibir y alcanzar el fondo, y por lo tanto si la forma contradice el fondo deseado, ésta nos conducirá a vivir y experimentar una vivencia en el fondo, no deseada.  Creo importante también responder a una interrogante en este trabajo. ¿El perdón de Dios depende de la vivencia del Sacramento?
Considero oportuno entonces iniciar refiriéndome al término Sacramento.  El cual “significa ‘cosas santas’… y por lo tanto alude a objeto, acción o estado relativo a la santidad.”[1]  Los griegos usaban el vocablo misterio para decir lo mismo.  Mientras que los romanos en el siglo I usaban la palabra Sacramento como: juramento secreto o acto juramentado <<uso  jurídico>>.[2]  Viene ahora lo interesante, los primeros cristianos preferían el término griego, el de misterio, para referirse a los signos de la Eucaristía y del Bautismo, a los sacramentos, pues son gestos que producen santidad, y por eso para aquellos cristianos son gestos que ofrecen gracia.  Pero dicha comprensión no era en el sentido fundamentalista en el que evolucionó después, como los únicos actos o gestos que ofrecen gracia o santidad.  De ahí que es innegable que “los Sacramentos son signos eficaces de la gracia… …y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina”[3].  Pues estos son transparentes, es decir, signos inmanentes que nos ponen en contacto con la trascendencia.[4]  Pero realmente es difícil afirmar, si queremos ser fieles a la Palabra y a la tradición, que éstos sean “… instituidos por Cristo…”[5]  Esto no quiere decir que Él no se manifiesta efectivamente en ellos. Realmente Dios Trinidad se manifiesta trascendentemente en una infinidad de gestos simbólicos como lo menciona San Agustín, al elaborar una lista de más de un centenar de Sacramentos de Dios. De ahí que, para hablar hoy sobre la actual selección o canon de Sacramentos,[6] es necesario recurrir a una teología crítica que elabore una hermenéutica de la sospecha.  Sospecha que debe ser extendida: a la tradición eclesial generalmente excluyente,  conformada por varones, y a la interpretación de dicha tradición; a la historia, escrita la mayoría de las veces por una mano blanca, de la clase dominante y del género masculino.[7]
Hablemos de la Re-conciliación como Sacramento, sabiendo que en éste está presente Cristo, y que por lo mismo, debe estar estructurado de acuerdo a una sana orto-praxis, mediante la cual Él pueda ser transparentado.   Mas no por una, a veces, anticuada ortodoxia, que se anquilosa refugiándose en la legitimación de un supuesto mandato divino, interpretado exclusivamente por unos pocos, que buscan que su verdad tenga validez universal.  Esto ya no es aceptable hoy.  A través de este Sacramento, nos es dispensada, a las mujeres y a los hombres, la gracia, o la vida divina; ya que en la inmanencia de nuestros gestos en torno a la Re-conciliación alcanzamos la trascendencia de la conversión.  La razón de ser de este sacramento es acoger en la comunión de Dios y de la Iglesia a aquellos miembros de la comunidad que rompen con su compromiso bautismal.  Entonces este Sacramento al igual que los demás, no está reducido al rito que lo acompaña, o al momento de la confesión al sacerdote.  Es un largo proceso de conversión, en el que los cristianos tenemos la oportunidad de regresar a casa, hacia los brazos del Padre misericordioso, y de nuestra madre la Iglesia.  Esa es la gracia administrada en este sacramento, el don gratuito del perdón de Dios, cuyo símbolo o gesto es el rito de la confesión.  En el que confesamos nuestra fe, que Cristo es el Kyrios-Señor de nuestra vida, que somos parte de la misericordiosa comunidad cristiana, a pesar de los muchos errores cometidos a diario.  Por eso queremos regresar a ella y reconocer la trascendencia de nuestra vida en una comunidad de amor.  Y justamente allí está el desafío hoy, pues parece que la estructura actual no alberga todo lo antes mencionado.  Aunque en teoría sí lo hace, para esto basta leer el Catecismo de la Iglesia Católica, en el cual, desde los nombres dados a este Sacramento se nota su valor curativo en todas las dimensiones de la vida cristiana: personal y social-comunitaria.  Pero lamentablemente en la práctica no es así en muchísimos casos.
Si hablamos de la vivencia de este Sacramento hoy, creo que es necesarísima.  Y como lo decía antes, su estructura debe responder a las necesidades de la actualidad.  En torno a aquello girará este párrafo.  Pues la estructura debe permitirle al Sacramento manifestar sus intrínsecas propiedades terapéuticas, humanas y divinas.  Los seres humanos hoy, al igual que en todos los tiempos, necesitamos sanarnos especialmente de aquellas heridas, psicológicas y espirituales.  Las cuales son tratadas en dichas dimensiones mediante este Sacramento.  En primer lugar, concede a la persona vaciar las emociones mediante la catarsis, con la seguridad de que hay alguien al lado capaz de escuchar e interesarse por ella y su situación.  Las funciones del presbítero son las de sanar psicológicamente aconsejando y guiando al cristiano, y la de expresarle el perdón y el apoyo por parte de la comunidad.  Pero eso no es todo, la absolución, la oración y la fe, curan aquella dimensión que en ocasiones es confinada al olvido, la trascendente-espiritual del ser humano.  Para lo cual es necesario recurrir a símbolos, experiencias místicas y de fe, presentes en el rito de la confesión.  Obviamente es necesario agregar explícitamente el acompañamiento espiritual, en el que se oriente al creyente o a la creyente a dejar de hacer aquello que ha dañado al prójimo o a sí mismo.   Así como a enmendar o resarcir la falta, en la comunidad, de la manera más viable.  A esto el Catecismo lo llama Sacramento de la conversión.  Por todo eso creo que es de suma importancia este Sacramento de re-iniciación hoy.
Al referirme a la re ingeniería de los términos me parece justo rescatar la idea del P. Cristo Rey García Paredes, quien exhorta a la Iglesia a manifestar más claramente su compasión a través los términos usados para este Sacramento.  Pues la sociedad parece ser, al menos en los términos, más compasiva con los que cometen faltas o errores.  Por eso nos percatamos que en el sistema judicial social, aquellos que se equivocaron ya no son tratados cruelmente como: reos, presos, cautivos.  Ahora son llamados personas en re-inserción o rehabilitación social, aunque sabemos que en la práctica este sistema también deja mucho que desear.  En otros ámbitos sociales vemos también una reingeniería de términos, porque su semántica ha cambiado, o porque simplemente estos son percibidos en la actualidad como excluyentes u ofensivos.  Hoy se habla también desde el ámbito ético, como la primera dimensión de la filosofía, a cerca de la multiplicidad de los juegos del lenguaje, o sobre los giros lingüísticos.  Esto nos lleva a pensar que la relación ser humano-realidad ha cambiado como es normal, pues en la percepción el lenguaje es el único mediador entre estas dos partes; pero a la vez caemos en la cuenta que nosotros como Iglesia, no hemos entrado en esta dialéctica.  Esto no quiere decir que debemos abandonar nuestra tarea de mantenernos firmes en el anuncio de la Buena Nueva, por sobre todas las efímeras modas.  Pero ¿tendremos que mantener intacto aquello que no es más que una elaboración cultural en un momento pasado de la historia? ¿será que debemos permanecer indiferentes ante los gritos de misericordia de aquellos conscientemente fueron débiles? O a lo mejor ¿sigue siendo nuestra imagen de Dios, la del Juez todopoderoso y castigador que fue invalidada por Jesús?   Y ¿Será que mantenemos tal imagen porque el miedo infundido por ella nos da al menos algo de poder? Aún debemos reflexionar.
Finalmente, quisiera dejar claro que la misericordia y el perdón de Dios no puede estar subordinado al cumplimiento de ningún ritual, ni ser administrado bajo condiciones por nadie, ya que es trascendente a todo e incondicional.  Como lo ha atestiguado Jesús de Nazaret, principalmente en la parábola del hijo pródigo[8]; y el Espíritu Santo, inspirador de San Pablo al decir: “…donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.”[9]  Por lo tanto considero que la catequesis impartida en torno a este Sacramento también debería cambiar profundamente.  Pues decir que este Sacramento junto con la correspondiente penitencia es lo que permite el perdón de Dios, es desvirtuar el mismo Sacramento, e incluso el Evangelio.  Dios nos perdona siempre, porque nos ama con ternura infinita; [10] pero su gracia, el perdón, no es suficiente para que se realice su plan de amor, que seamos felices, aunque el mismo nos sea dado desde la eternidad.  Hace falta, como nos dice Juan Casiano, padre de la Iglesia, que aceptemos la gracia, la del perdón en este caso, para que con tal fuerza, logremos la conversión constante, y nos re-conciliemos en espíritu y en verdad.[11]  Entonces sí, tendremos Vida, y Vida en abundancia.[12]  La que se nos debe procurar dentro de la comunidad de Jesús, que debe velar como Él, por las ovejas perdidas, para que sean re-ingresadas al amor trascendente de ella.
Christian Palacios Tamayo, f.s.c.




[1]  Chico, Pedro, f.s.c., Diccionario de catequesis y pedagogía religiosa II, Bruño, 2006, págs. 1574.
[2] Cfr., Idem.
[3] C.D.I. 1131
[4] Cfr. Boff, Leonardo, Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos, Iglesia Nueva, Bogotá, 1993.
[5] Idem.
[6] Al igual que en el campo de textos denominados sagrados.
[7] Cfr., Tamayo, Juan José, Nuevo Paradigma Teológico, Trotta, 2003, pág. 89.
[8] Castillo, José Mª, EL REINO DE DIOS por la vida y la dignidad de los seres humanos, DDB, Bilbao, 2004, págs. 164-166.
[9] Biblia de Jerusalén, Rom 5, 20
[10] Cfr., Grün, Anselm, La fe de los cristianos, Verbo Divino, 2006 (Grün dice que si Dios perdonó a los mismos asesinos de su Hijo, no hay nada que nosotros podamos hacer para que Él no nos perdone.)
[11] Jn 4, 23
[12] Jn 10,10