domingo, 8 de abril de 2012

Los jóvenes no existen!



            El título de nuestra obra manifiesta nuestra disconformidad con el uso indiscriminado y generalizado de la categoría jóvenes.  A simple vista es inofensiva, pero expresa ante aquellos ojos y oídos críticos, el dolor que se impone de una u otra forma en la historia, sobre aquellas y aquellos que han sufrido la carga de la estigmatización y el adultocentrismo, al ser la parte más débil de las luchas de poder que explicaremos a continuación.  Preferimos usar la categoría juventudes, para nuestra exposición, puesto que el concepto jóvenes no existe en la praxis.  Carece de solidez empírica y sustento teórico, y nos lleva inevitablemente a tomar una postura esencialista, y por lo tanto, a invisibilizar la pluralidad de realidades que lo desbordan.  Es decir, a ocultar bajo el techo de la condición etérea, que las juventudes son distintas siempre, así como aquéllos que pertenecen a éstas, e incluso aquéllos que no pertenecen a ninguna, ya por opción o por el imperativo de la exclusión social.  Por todo esto presentamos, una breve reseña histórica del estudio académico de las juventudes, así como del surgimiento de las bases culturales y sociales que posibilitan  la condición juvenil en occidente.  También queremos hablar de algunas características propias de la sociedad tecnologizada, de la que participan por su puesto, como pioneras las generaciones nuevas; es decir, de la inter-convivencia continua en dos dimensiones: la virtual y la real, y de la mano de esta característica analizaremos el nacimiento de un nuevo conocimiento que le hemos denominado simulador. 
Haciendo una breve reseña histórico-académica diremos que, “El estudio antropológico de la juventud surge, hacia 1928 en dos escenarios diferentes: el debate naturaleza-cultura en las sociedades primitivas y la cuestión de las nuevas patologías sociales en las sociedades urbanas.”[1] Pero es precedido por un trabajo del psicólogo norteamericano G. Stanley Hall, quien es el primero en tratar, desde el plano académico, a la adolescencia.  Este estudio es importante, ya que presenta a la adolescencia desde los 12 a los 22-25 años, y le caracteriza por ser una etapa de turbulencia y de transición que se traduce en un comportamiento de tempestad y estímulo.  Citamos el trabajo de Hall, en el que se dice que “la juventud es por naturaleza una etapa de moratoria social e inestabilidad emocional, previa a la adultez.”[2], porque ese es el estereotipo de las características de los jóvenes que tenemos hasta hoy.  Además es importante mencionar que, la juventud tal y como la conocemos hoy en occidente, es una invención de la posguerra, que “hizo posible el surgimiento de un nuevo orden internacional, en el que los vencedores tienen acceso a grandes estándares de vida e imponen sus estilos y valores.”[3]  Se configura un marco jurídico en el que se reivindica la existencia de los niños y los jóvenes como sujetos de derecho.  Se experimenta un crecimiento de las esperanzas de vida,  y a la par los jóvenes son retenidos por las instituciones educativas por más tiempo, para prolongar el relevo y la inserción en el campo de la producción.  Con todo esto, surge la estructura industrial de alcances insospechados hasta ese entonces, destinada al consumo exclusivo de los más jóvenes.[4]
Una de las consecuencias de lo anterior, es la invisibilización de las realidades de opresión a la que se ven expuestas las juventudes empobrecidas, que de ninguna manera tienen acceso a los privilegios de la moratoria social, como no lo tienen al conocimiento, ni a la tecnología, a las que sí tienen acceso las clases medias y altas. Carlitos de 16 años, trabaja lustrando botas en las afueras del Mercado Central de Quito, es el sostén económico y afectivo de su madre y de sus dos hermanitas.  ¿Podríamos decir que Carlitos tiene el espacio para experimentar la turbulencia, la búsqueda incesante de estímulos afectivos, y que se encuentra en una etapa de tránsito, es decir, preparándose para un futuro mejor?  ¿Podríamos decir que, por el hecho de tener 16 años, Carlos debe ya ser incluido en el grupo de los jóvenes con todos los atributos performativos, administrados por los aparatos ideológicos del sistema?  Obviamente la respuesta es negativa, y por lo tanto nos unimos a Valenzuela al decir que, para Carlitos, como para la gran mayoría de los llamados jóvenes, el futuro ya fue,  pues “sus proyectos de vida quedaron olvidados, les expropiaron la esperanza.  Las marcas ya están inscritas en sus vidas, en sus cuerpos, en sus carencias, en sus ritmos de envejecimiento, en sus expectativas, en sus escenarios disponibles.”[5].
Otra consecuencia terrible es la estigmatización, especialmente por parte de los medios de comunicación, los cuales reproducen o contribuyen a la creación de estereotipos, presentando una débil diversidad temática a la hora de referirse a las personas jóvenes.[6]  El periodismo informa, con lo cual da forma a la realidad, escribe e inscribe en el mundo, a la vez que genera relaciones y constituye un referente para imaginar colectivamente la sociedad que producimos.[7]  Por eso presentamos un cuestionamiento ético a los medios de comunicación, cuando, al cumplir con su labor de escribir el mundo, lo hacen estableciendo una relación directa entre “ser joven” y un comportamiento potencial o activamente delincuencial.[8]  Ahora bien, diremos que el daño estigmatizador es doble.  Por un lado, es un proceso difamatorio, que va en contra de la dignidad y la necesidad de reconocimiento de las personas, pero además, y por otro lado, es un proceso de encasillamiento, que condiciona a los sujetos estigmatizados a actuar con las características que les confiere el estigma, y que sigue alimentando, en un círculo vicioso, la estigmatización.  Aquí nos sirve como ejemplo el caso de los miembros de las pandillas o maras, quienes en la gran mayoría de los casos, actúan violentamente para granjearse al menos de esa manera, el respeto y el reconocimiento que la estigmatización les confiere ante la sociedad, pues experimentarlos es una necesidad afectiva básica en la vida de todos los seres humanos.[9]
La frontera entre juventud y vejez en todas las sociedades es objeto de lucha.  La representación ideológica de la división entre jóvenes y viejos otorga a los más jóvenes ciertas cosas que hace que dejen a cambio a los más viejos otras muchas.  Esta lógica que, se da en otros casos como en las luchas de género, nos recuerda que en la división entre jóvenes y viejos lo que prima es la cuestión del poder, de la división de poderes y roles en la sociedad.[10]  Ahora bien, debemos reconocer que, aunque “jóvenes” y “viejos” ocupan diferentes estrategias y juegos para alcanzar el poder, es innegable que los que detentan el poder, así como los aparatos ideológicos y represores del estado y del sistema, son los viejos.[11]  Eso concede privilegios a los adultos, como poner las reglas del juego para designar de acuerdo a sus intereses lo que es el orden y el desorden, lo que es natural para los unos y para los otros, y lo que no.  Estamos hablando de la complejidad del adultocentrismo, porque en esta lucha, la mirada de los adultos es la más generalizada y oficial, desde la que se impone lo bueno y lo moral, y desde donde se intenta vigilar y castigar a los que se salen de este orden y de esta paz parcializada, para que vuelvan al supuesto cauce natural de las cosas.  El adultocentrismo generaliza la mirada del mundo que tienen los adultos, por eso la escolarización con sus uniformes, posturas y condicionamientos,[12] que es en el fondo un proceso de biopoder, de acoplamiento incluso corporal hacia la sociedad adulta, “donde sí se es parte de la vida real”.  Por eso la sociedad adultocéntrica ejerce la descalificación de determinados sujetos desde los medios de comunicación –y desde otras instancias- y tiene como mecanismo semiótico la criminalización de la protesta política. La paz (o su discurso ideológico de “no alteración al orden”) es una forma de ocultar la violencia simbólica existente desde las instituciones formales y discursos cotidianos y a la vez, emerge como una forma de evitar las expresiones de biorresistencia.[13]
Con todo lo analizado, podemos dar paso al estudio de las relaciones de las juventudes ante la tecnología.  Primero diremos que, a pesar del adultocentrismo y sus estereotipos, las realidades virtuales y tecnologizadas de las que participan ciertos sectores juveniles con intensidades distintas, son solo el reflejo de una sociedad virtual y tecnologizada. No son los jóvenes los virtuales y tecnologizados, es la sociedad, así como no son los jóvenes los exclusivos consumistas de lo juvenil.  Más  bien creemos que la sociedad vive la cultura de la juvenilización y la virtualidad, donde  no hay productos exclusivos por edades; ni en vestuarios, ni en música, ni mucho menos en tecnología.  Entonces es importante reconocer, que las juventudes, a pesar de ser el reflejo de la sociedad, constituyen el punto de emergencia de una cultura a otra, y son el punto de inflexión y resquebrajamiento primero.[14]  A lo mejor porque son los constructos sociales más sensibles a los cambios, en quienes se inicia la experimentación del marketing, la presión de la industria y el consumo, aunque son los que menos capacidad adquisitiva tienen, por lo tanto, son los primeros en manifestar los síntomas de la esquizofrenia del desfase del consumo.  Con lo anterior nos referimos a la frustración que se genera por las altísimas expectativas que el Capital presenta como ideal, y  las bajísimas posibilidades, de las que el mismo nos permite participar.
Partiendo de que todas las culturas están hechas de procesos de comunicación, y que todas las formas de comunicación se basan en la producción y el consumo de signos analizamos los conceptos de Virtual y de Real, con el fin de aclarar lo que deseamos expresar: Por un lado Virtual: idea o representación previa, formada por variables, que dramatizan con anterioridad lo que se va llevar a la praxis en lo real. Y por otro, Real: que tiene existencia verdadera mediante elementos corpóreos.  La realidad, tal como se experimenta, siempre se percibe a través de símbolos que formulan la práctica con algún significado que se escapa de su estricta definición semántica.  Es decir, siempre percibimos la realidad solo por medio de la idea (virtual) que nos hacemos de ella, con influencias de la sociedad y de nuestra estructura psicológica.  

En la nueva era de la comunicación podemos presenciar en directo la creación de la historia, siempre que se estime lo bastante interesante por los controladores de la información.  La atemporalidad del hipertexto de los multimedia es una característica decisiva de nuestra cultura.  Apoyándonos en Libniz decimos que el tiempo es el orden de la sucesión de las cosas así que, sin cosas, no habría tiempo.  Por tanto, el tiempo atemporal se da cuando en un contexto determinado se provocan cambios, podrían ser a modo de ensayo, sin que éstos afecten el tiempo y el espacio real de otros contextos.

Al hablar de conocimiento virtual experimentamos algunos desafíos, uno de ellos es desprejuiciarnos.  Pues desde la perspectiva de los “transmisores” del conocimiento formal, las nuevas formas de la información y del conocimiento son de niveles inferiores.  En la práctica no es así, ya que interpretar un texto en diversos géneros literarios no es de ninguna forma, ni más complejo, ni más completo, que abordar los hipertextos; como los juegos de video en tres dimensiones, con un sinnúmero de estímulos sonoros y auditivos; pues mientras realizamos una acción debemos tomar decisiones en tiempo real.  Otro desafío es la pertinencia del conocimiento, pues ciertamente son necesarias las destrezas para criticar la realidad, pero también son necesarias las destrezas para preparar una reunión encomendada, descargando un video de Youtube, mientras se usa el chat con los compañeros del trabajo para afinar los últimos detalles de la misma, a la par, que se restringe el acceso de ciertos individuos a un grupo de Facebook.  Creemos importantísimo reconocer el valor y la presencia de un nuevo tipo de conocimiento que se sirve de algunos de los otros, pero que no se ajusta completamente en el esquema de ninguno de ellos.  Estamos hablando del Conocimiento que le hemos denominado Simulador, que en las realidades virtuales tenemos que emplearlo.  No hablamos de un conocimiento científico, ni empírico, aunque requiere de pruebas y de leyes, pero tampoco de uno teórico o racional por completo, pues los desborda.  Estamos hablando de las simulaciones, que no son parte del proceso natural de hominización, pero que son importantes siguiendo a Lévy porque “…son un nuevo estilo de razonamiento que no pertenece a la esfera de la deducción lógica ni a la inducción que se deriva de la experiencia.“  La simulación aparece de esta manera como una extensión cognitiva de los modelos mentales. En este sentido, se la considera como un proceso de “imaginación asistida por la computadora” (Computer-Aided Imagination), instrumento que sirve de soporte al razonamiento “mucho más potente que la vieja lógica formal que se fundaba en el alfabeto”.”[15]

Finalmente podemos concluir diciendo que la delimitación del concepto jóvenes, así como el de adultos y otros, no es un asunto biológico y por lo tanto, ni imparcial,  ni apolítico, es más bien todo lo contrario, una lucha sobre los espacios de la sociedad en los que se quiere ejercer el poder.  Para complementar mencionaremos que cada uno de los actores de los juegos de poder utiliza estrategias, con las cuales ganar terreno, una de esas estrategias es la estigmatización y la generación de estereotipos por parte del mundo adulto.  Las instituciones como: la escuela, la familia, las Iglesias, los medios de comunicación, al estar reguladas por los adultos, son las responsables estructurales de reproducir y vigilar que se lleven a cabo estas estrategias para mantener el poder.  Además diremos que las realidades juveniles, consideradas como submundos riesgosos por parte de los Mas Media, son solo realidades de la sociedad en general, de las que participamos, más allá de nuestra edad biológica.  No podemos dejar de señalar que la tecnologización es una realidad nueva, generadora de nuevas dimensiones, conocimientos y subrealidades, que ha borrado las fronteras físicas, y generado identidades transnacionales, pero que a la vez ha agrandado la brecha existente entre los que tienen y los que no.  Así mismo diremos que posibilita nuevas formas de subjetivización de las juventudes como agentes sociales.  Es allí, cuando sabemos que ser joven no depende más que de la cultura, donde radica nuestro compromiso.  Pues existe la posibilidad de: crear nuevas formas con las cuales identificarnos como jóvenes en nuestros contextos, de reunirnos y crear consensos pequeños, que nos lleven al ejercicio de una ética mínima, con la que asumamos políticamente la condición juvenil, como agentes sociales de cambios, que privilegien la solidaridad por sobre el individualismo, la cooperación por sobre la competencia, y hagamos a este mundo más humano.



[1] Feixa, Carlos, ANTROPOLOGÍA DE LAS EDADES,  Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales, FLACSO, 2011, s/a, pág. 4.
[2] Cfr., Ídem.
[3] Reguillo, Rossana, LAS CULTURAS JUVENILES: un capo de estudio, breve agenda para la discusión, Revista Brasileira de Educação, s/a, pág. 103.
[4] Cfr., Idem.
[5] Valenzuela, José Manuel, EL FUTURO YA FUE, Socioantropología de los jóvenes en la modernidad, El Colegio de la frontera, México, 2009, pág. 12.
[6] Cfr., Vásquez, Jorge, MIRADAS QUE MARCAN, FLACSO – LA SALLE, 2012, pág. 16.
[7] Ibíd., pág. 15.
[8] Ibíd. Pág. 16.
[9] Cfr., Cerbino, Mauro, JÓVENES VÍCTIMAS DE VIOLENCIA, caras tatuadas y borramientos, FLACSO / Perfiles Lationamericanos 38, México, 2010.
[10] Cfr., Bourdieu, Pierre, LA JUVENTUD NO ES MÁS QUE UNA PALABRA. En sociología y cultura, México, Grijalbo, Conaculta, 2002, págs. 163-164.
[11] Cfr., Althuser, Louis, IDEOLOGÍAS Y APARATOS IDEOLÓGICOS DEL ESTADO, (Pdf)
[12] Cfr., Foucault, Michell, VIGILAR Y CASTIGAR.  NACIMIENTO DE LA PRISIÓN, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
[13] Op. Cit., Vásquez, Jorge, pág. 46.
[14] Cfr., Barbero, Jesús Martín, JÓVENES: COMUNICACIÓN E IDENTIDAD, Revista de Cultura, Pensar Iberoamericano, OEI, Febrero 2002, Número 0.
[15] Lévy en: Scolari, Carlos, DESFASADOS, Otras Voces, s/a, pág. 20.