miércoles, 9 de marzo de 2011

Eclesiología


La Iglesia en la que soñamos

            Presentamos a continuación un sencillo ensayo con el tema “La Iglesia que soñamos”, aunque este sueño no sea el de todos los que formamos la Iglesia, es valioso, porque al menos intenta incluir a todos sus miembros, sin perder el horizonte de justicia, salvación y liberación que es intrínseco a este Sueño.  Trataremos en primer lugar sobre las estructuras eclesiásticas y las dinámicas de las comunidades eclesiales.  Sabiendo que “la Iglesia no es un fin en sí misma, sino que toda ella, en el seguimiento del Jesús Histórico, está al servicio del Reino de Dios.”[1] podemos decir que sus estructuras y sus dinámicas tienen que ir en función de este anuncio-Utopía de Jesús.  De ahí que en este documento dejaremos algunas interrogantes a cerca de las formas eclesiales de nuestra Iglesia actual. También abordaremos en este trabajo el tema del compromiso político y social que implica estar en función del Reino.  Entonces finalizaremos con algunas pinceladas de la dimensión cultual y litúrgica de nuestra Iglesia, debido a que ésta expresa la fe vivida y celebrada en el proceso diario, de mística y compromiso efectivo cristiano.

            Todo grupo social necesita una organización y por lo tanto personas encargadas de la misma.[2] Esto no podemos obviarlo en la Iglesia, ni tampoco la estructura que sostiene y encarna la misión que se organiza por este grupo de personas en pro del Reino de Dios.  Hasta allí casi todos estamos de acuerdo.  Donde hay discrepancias es en el estilo con el que se lleva a cabo este proceso.  Muchos dirán que analizar esto no es muy importante, porque nos estamos quedando en la superficie, y que hay muchas otras cosas más trascendentales y mucho mejores dentro de la Iglesia, que podrían ser abordadas.  No estamos en total descuerdo con esta postura, pero también es cierto que los que relativizan este análisis son aquellos que ya están acostumbrados - anquilosados en este estilo de estructuras, ellos se siente sostenidos y además muy cómodos dentro de ellas.  El problema es que no todos, ni todas están o estamos albergados/as dentro de las mismas. Y allí el inconveniente ya no es de forma, sino de fondo, porque si las estructuras no albergan a todos y todas, éstas no están propiciando la empresa de Jesús, el Reino de Dios, el fondo y la esencia de la Iglesia en el mundo de hoy.

            El Reino de Dios es muchísimo más amplio que la Iglesia.  Ésta es un sacramento de Jesús y del Reino, pero no es el único.  El Espíritu y su gracia sopla por donde quiere y sus signos se manifiestan en diferentes lugares y momentos, de tal manera que no pueden ser delimitados por ningún poder humano.  La Iglesia no es un signo eficaz debido a la eficacia de los sacramentos, sino que éstos son signos de la eficacia de la Iglesia, que es la comunidad del pueblo de Dios.  En la Iglesia, los siete sacramentos son signos de la encarnación de ésta en la Historia.  Pero también la Iglesia puede y debe manifestar la gracia de Dios a través de signos históricos de solidaridad y de compromiso con los más necesitados.  Sólo de esta manera los ritos y cultos que son parte de los sacramentos tendrán pleno sentido para el pueblo de Dios.  Porque los ritos son la celebración de la vivencia diaria, que además nos invitan y exigen a un compromiso posterior, como parte del sacramento.

            Es lógico que en una construcción se inicie fundiendo y armando desde las bases.  Obviamente las bases sostienen las estructuras.  La Iglesia primitiva fue construida de esta manera, y se sostenía así.  El problema fue posterior.  Pues la realidad cambió, y de esta manera se fue dando mucha más importancia a las estructuras y a los más altos cargos jerárquicos, “a lo de arriba”.  Desde entonces y hasta la actualidad las bases se han descuidado mucho en nuestra Iglesia y no solamente en la dimensión litúrgica y sacramental. Podríamos dar un ejemplo: los presbíteros y los obispos en la Iglesia primitiva no eran nombrados desde arriba.  Tenían la clara consciencia de que era el Espíritu de Jesús el que nombraba a los dirigentes de la comunidad.  Obviamente este nombramiento era a través de la decisión de la comunidad, quienes también se creían acertadamente con la potestad de remover de su cargo a aquellos que no cumplían coherentemente su responsabilidad. No podemos olvidarnos que también los presbíteros y los obispos eran reconocidos por los otros obispos, como un símbolo de unión con la Iglesia Universal y también como acción del Espíritu, de ahí la imposición de las manos.  Pero no era posible la ordenación general, es decir, que un presbítero no podía ser ordenado en una comunidad y ejercer su ministerio fuera de esa comunidad.  Además la importancia de las bases se manifiesta en que ellos y ellas son los más sencillos y pequeños, es decir, los más cercanos y parecidos a Jesús, en la vivencia de las bases todos somos Evangelizados, por aquellos que encarnan la Buena Noticia hoy, en sus sacrificios y esfuerzos diarios, que son signos mucho más importantes del Reino de Dios.

            La acción política como parte de la construcción del Reino es inevitable.  No nos estamos refiriendo a la acción partidista, pero como cristianos no podemos huir de la realidad, de las leyes y de las políticas que influyen en la historia del pueblo de Dios.  Por esta razón las estructuras que son más grandes que la Iglesia también nos exigen una participación responsable para garantizar de esta manera, que éstas alberguen e incluyan a los más pequeños, débiles y desprotegidos.  De esta manera estaremos realizando el Reino de Dios en la Historia.


[1]    Ellacuría, Ignacio, S.I, Conceptos fundamentales de la teología de la liberación. Tomo II, UCA, San Salvador, 1993, pág. 134.
[2]    Castillo, José María, Op. Cit., pág. 297.

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