miércoles, 9 de marzo de 2011

María, expresión femenina de Dios...



INTRODUCCIÓN

            Este trabajo no pretende hacer una explicación de lo que ya se ha hecho, ni mucho menos ampliar, a cerca del Rostro o la expresión materna-femenina de Dios, únicamente busca ser un corto ensayo que pueda resaltar algunos puntos que durante el semestre nos hemos cuestionado en torno a este tema.  Para nuestro pueblo latinoamericano la imagen de María es muy importante, y consideramos que la iconoclastia no ayuda de ninguna manera a la vivencia de la fe de dicho pueblo.  Sabemos que la fe popular, como la fe en todos sus estratos está en constante cambio y por lo tanto siempre en camino para mejorar, entonces consideramos hacer algunas anotaciones sobre estos aspectos a mejorar.  Tampoco vemos en este trabajo que toda la fe mariana sea negativa, más bien rescatamos aquello que no hemos estado acostumbrados a ver como positivo.  Además cuestionamos algunas posturas que se asumen con mucha facilidad.

            Reconocemos que en las culturas y cosmovisiones han estado presentes los dos principios; masculino y femenino.  Que el equilibrio de estos permite la armonía en el ser humano; varón y mujer.  Pero también reconocemos que Dios es el principio masculino y el principio femenino, y aún mucho más que estos.  Por esta razón esta expresión femenina de Dios ha sido captada por la humanidad en el cristianismo a través de la figura de María de Nazareth, quien es el arquetipo de la maternidad, de la acogida, de la entrega, de la fidelidad; valores todos procedentes de la femineidad de Dios.  Otras culturas y religiones han captado este principio con otros nombres: Pachamama, Śakti, Ruah, etc.  De ahí que no podemos culpar por completo a nuestro pueblo de desbocar casi exageradamente su espiritualidad femenina en María.  Y mucho menos cuando en la realidad cruel necesitamos aferrarnos a una instancia superior Materna, que nos muestre acogida y fuerza para seguir cargando con el peso de la construcción del Reino en medio de las injusticias.  De esta manera la imagen real de Dios que es Madre en Latinoamérica es mucho más necesaria que en cualquier otro sitio, pues cuando queremos refugiarnos para recobrar fuerzas como pequeños, recurrimos al recuerdo subversivo de María madre para que el amor de Dios presente en su mística nos inspire el día de hoy a seguir escribiendo y viviendo en el mundo la Historia de la Salvación. 






DEVOCIÓN POPULAR


            En la fe de nuestro pueblo, no sólo en el latinoamericano, la devoción a María es bastante grande y significativa.  En cada población cristiana, por más sencilla y pequeña que sea, podemos encontrar al menos una imagen, busto o cualquier símbolo que represente la vinculación de este pueblo con -la divinidad-maternidad femenina- María nuestra Madre.  Es cierto que desde distintos puntos de vista podríamos decir que la devoción popular del pueblo católico está bastante desorientada, que la relación de éste con María tiende demasiado hacia “la adoración”, y que en el fondo, y en  muchos casos, no pasa de ser una superstición.  Aún con todo esto no podríamos desechar todas estas experiencias -indudablemente espirituales en muchos casos-, de un solo plumazo.  Es necesario cuestionarlas, y por lo tanto mirar todo lo positivo que hay en ellas, pero especialmente aquello que no ayuda en nuestra fe y que podría mejorar con una diferente orientación.  Tampoco podríamos decir que los teólogos, o el magisterio son los únicos que aportan en la fe del pueblo, es también el pueblo el que aporta para de esta manera llegar hacia aquella mejor orientación dada por el soplo del Espíritu, la Ruah.

            Es cierto lo que hemos dicho, que las manifestaciones  populares de la fe mariana son vistas parcamente por los estudiosos e incluso por aquellos cristianos de otras iglesias.  Con los siguientes argumentos: que el culto a María es muy exagerado, que ella y las imágenes de sus advocaciones son idolatradas hasta el exceso, que en el fondo no hay un compromiso que sea fruto de esta relación de fe y que por lo tanto la creencia mariana es degradada en una superstición.  Pero ya analizando con más tranquilidad, y no sólo desde la racionalidad nos percatamos que todo esto también debe ser cuestionado y no asumido inmediatamente sin mayor discusión.  Recordemos que en la mayoría de las religiones, cosmovisiones y cu lturas, siempre  ha estado presente la imagen o la dimensión femenina, materna de la divinidad.  Que los seres humanos dentro de nuestra necesidad básica de espiritualidad, necesitamos también la re-ligación, vinculación con este principio femenino.  Entonces si nuestro pueblo expresa su fe en María, casi como en una divinidad materna-femenina, ¿está del todo desorientado? ¿es por completo una locura?







¿DIOS MADRE?


Juan Pablo I, papa: "Dios es Padre, pero sobre todo, es Madre".


            Las imágenes Bíblicas tanto en el Primer como en el Segundo Testamento nos presentan a Dios como Padre y Madre.  Además desde la mejor tradición de la Teodicea podemos atrevernos a decir que Dios no es macho únicamente.  Que al ser Dios tiene que ser pleno y por lo tanto ir más allá de los principios masculino y femenino.  Ser únicamente Padre lo muestra incompleto.  Si bien es cierto que Dios es nuestro Padre creador, no nos dejó a la deriva luego de crearnos, fue y sigue siendo Madre de acogida, de compasión, y de misericordia.   La Santísima Trinidad que es un solo Dios, es Padre, Hijo y Espíritu Santo.  El Hijo encarnado en Jesús de Nazareth, nace de la acción de la Ruah, del Espíritu de Dios encarnado en María.  “De esta lo femenino... ,surge como una perfección, entonces puede decirse que encuentra su última raíz en Dios, que se refleja en lo femenino. De este modo Dios tendría una dimensión femenina, y lo femenino una profundidad divina.”[1]

            Dios desde el Antiguo se preocupa por su pueblo con mucha ternura, sentimiento propio de una madre en la cultura semita. Salmo 116, 5: “Nuestro Dios está lleno de ternura.” Pero no sólo eso, este Primer Testamento nos presenta múltiples iconos de la Maternidad Divina. Isaías 49, 14-15: “¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré." Jer 31, 20: “¡Si es mi hijo Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que lo reprendo, me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión.”.  Podríamos pasarnos llenando hojas enteras de las imágenes veterotestamentarias del Dios Madre.  Además podemos ver al Dios Madre que acompaña, que cuida de sus hijos e hijas cuando salen desprotegidos por el desierto.  Del Dios que acoge al pueblo de Israel cuando regresa del destierro, que como una Madre nutre con sus aguas y sus bondades en la tierra prometida, de donde mana leche y miel, como del pecho dulce de una madre amorosa.

            Jesús que es el anunciante y el anuncio del Reino, proclama en el Evangelio una imagen distinta de Dios.  Un Dios que se identifica con los sufrientes, especialmente con las despreciadas y excluidas, pero que también nos muestra actitudes maternas y sentimientos de una Madre en la imagen que él nos presenta de Dios.  Las parábolas son un vivo ejemplo de lo antes mencionado.  La erróneamente conocida como el hijo pródigo, nos muestra a un Padre amoroso con sentimientos y actitudes de una Madre tierna y compasiva.  Nos presenta la imagen del Dios mamá con la oveja perdida, o con la dragma, que puede ser el hijo extraviado, que es festejado cuando se lo encuentra.

            Lo masculino y lo femenino son principios, es decir, están antes de las cosas, dan origen a las cosas. “Son fuerzas constructoras y organizadoras de la vida.”[2]  La una sin la otra es incompleta, por lo tanto, Dios que es perfecto debe ser completo, ser los dos principios antes mencionados que están antes de las cosas y que las dan origen.  Nosotros que somos su imagen y semejanza, los seres humanos, mujer y varón, somos también esos principios masculino y femenino, y no sólo desde nuestra sexualidad, que es un eje transversal a la persona, sino también ontológicamente hablando.  Nosotros estamos invitados a equilibrar estas dos dimensiones, seamos varón o mujer, porque las capacidades de acogida, raciocinio, agresividad, ternura,no son propias del hombre o la mujer, sino de estos principios presentes de antemano en los dos sexos.  Dios que nos transmite estos principios no atrofia, mas sí, potencia estos dones en la creación que sigue expandiéndose segundo a segundo junto a su amor.

            Finalmente, la venida de Jesús corresponde el signo escatológico, mediante el cual Dios diviniza a la humanidad y ésta humaniza a Dios.  El proceso de encarnación del Hijo dura toda la vida de Jesús, pues mediante éste Él se va haciendo cada vez más hombre.  El Hijo diviniza a la dimensión masculina de la humanidad, y humaniza a lo masculino de Dios.  Ahora bien, si sólo hasta ahí llegara la epifanía, dejaría de ser epifanía por ser incompleta.  Es completa escatológicamente hablando porque también se da el mismo proceso por parte del Espíritu Santo, que se encarna en María, que diviniza la otra dimensión humana, y humaniza el principio femenino de Dios.  También este proceso dura toda la vida de amor de María la mujer de Nazareth.  Y al igual que con Jesús, no todo termina con la muerte, más bien todo sigue, debido a que el amor de Dios se revela contra la injusticia, la muerte y el dolor, mediante la resurrección de Jesús, de la cual también participa con todos los derechos su Madre, que también al fin de su encarnación también se nos termina de mostrar como Madre nuestra.








MARÍA EL ROSTRO MATERNO DE DIOS

            Con todo lo que precede en este trabajo a estas líneas podemos atrevernos a manifestar que María desde la fe popular es ese sacramento de Dios que también es Madre.  No queremos decir con todo esto que María sea una mujer divina o parte de la Santísima Trinidad.  Tenemos bien claro que ella fue la mujer de Nazareth, que nunca dejó de dar su vida por los más pequeños, incluso por medio de su Pequeño.  Todo esto la doctrina de los dogmas marianos nos lo aclara correctamente.  Ahora quisiéramos mencionar la nueva orientación que se podría dar dentro de la fe del pueblo, de los preferido de Dios, más aún por su ignorancia y pequeñez dogmática.

            Me parece importante la catequesis en la que se presente la imagen de la muchacha histórica de Nazareth, luchadora, acogedora, pobre, subversiva, aguerrida, tierna, etc.  Esta imagen nos muestra a Dios que es Madre. No estamos queriendo decir que María sea Dios, sino que ella, al igual que cualquiera de nosotros en la Iglesia, estuvo y está llamada a ser sacramentos de Dios el día de hoy.  Si como pueblo de Dios, somos capaces de mirar en María el sacramento que nos muestra y nos pone en contacto con Dios, hemos podido mantener la ortodoxia en la ortopraxis cristiana.  No podemos, ni debemos quitarle al pueblo la devoción a la Madre de Dios.  Pero si somos capaces de, enseñarles que ella es es símbolo del amor de Dios, y de, aprender de ellos sus sacramentos de la vida, estaremos orientándonos por dónde la Ruah quiere que vayamos.  Creo que de esta manera estaríamos desfogando nuestra necesidad de vinculación con la trascendencia femenina.  Además nos serviríamos de los símbolos e imágenes indispensables en las religiones cristianas, para la vinculación, en este caso con María.

            No buscamos idolatrarla, sino buscamos vincularnos con Dios, y ella de seguro es ese vínculo materno en nuestra cultura.  Además sigue siendo mediadora porque a través de su vida el día de hoy conservamos una memoria subversiva, que nos invita a seguir caminando en las situaciones adversas de la vida diaria así como lo hizo María.  Es intercesora de esta manera, y además mediadora, porque a Dios lo vemos a través de ella.  María como un cristal está entre nosotros y Dios, deja pasar la luz de su amor, como los sacramentos.  Nos contactamos al fin con Dios, con su perfección, mediante María.  Obviamente esto se presenta a través del fruto de esta fe.  Es decir, de la capacidad de expresarnos maternalmente con los que más necesitan y sufren, de la capacidad de identificarnos con el pueblo sufriente, que en este valle de lágrimas necesita de los ojos misericordiosos de un Dios que es Padre y sobre todo Madre de bondad, que nos muestre a Jesús, fruto bendito de su amor.


[1]Boff, Leonardo, El Rostro Materno de Dios, Paulinas, Petrópolis, 1979, pág. 78.
[2]Boff, Leonardo, Femenino y Masculino, Trotta, Madrid, 2004, pág. 57.

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